lunes, 28 de diciembre de 2009

RWANDA, UN PUEBLO OPRIMIDO


Así como los crímenes contra la humanidad nunca prescriben, la historia de un pueblo tampoco envejece. Al contrario. Con el tiempo rejuvenece en la memoria de los presentes, y cada vez que se cuenta se descubre nuevos detalles que explican porqué los acontecimientos sucedieron de una forma y se contaron de una manera diferente en su momento, y es necesario rememorarlos muy a menudo para entenderlos mejor. Así se confirma que somos recuerdos del pasado y memoria del futuro. No obstante, no podemos obviar que con el paso de los años hay quienes prefieren olvidar su pasado, romper completamente los puentes que les unen a su historia de antaño y reinventar para el consumo propio una bonita historia llena de generosidad y heroísmo, una historia al margen del pueblo. Este tipo de historias de ficción pueden ayudar a calmar las aguas turbias durante un tiempo, pero jamás curan las heridas del pasado porque la mejor forma de reconciliarse con su pasado es contarse la historia tal como se recuerda, a poder ser con la ayuda de miradas objetivas.

Muchos han escrito sus vivencias personales en el infierno de Rwanda en la primavera de 1994. Crónicas de prensas, cartas o faxes en directo, fotos y videos de algunos acontecimientos concretos, libros de testimonios y estudios académicos. Pero no han agotado las fuentes de la historia de Rwanda, sobre todo el conflicto político-militar de entre 1990 y 1994. Con todo el material que tenemos hoy día, y sobre todo gracias a la cicatrización de la mayoría de las heridas, podemos acercarnos objetivamente a algunos acontecimientos que con el tiempo se han aclarado, y reflejar que otros siguen interesadamente en el olvido.

1. África: todo un continente en ebullición
El continente negroafricano está saturado de malas noticias. Algunos creen que su situación actual es fruto de una especie de destino inevitable, ya que incluso geográficamente África tiene forma de interrogante. Dicen o escriben lo siguiente: África comenzó mal (DUMONT, R., L’Afrique noire est mal partie, Le Seuil 1963), está estrangulada (DUMONT, R.-MOTTIN, M. F., L’Afrique étranglée, Le Seuil 1980), está muy enferma (DIAKITE, T., L’Afrique malade d’elle-même, Karthala 1986) y está estancada (GIRI, J., L’Afrique en panne, Karthala 1986). Al nivel internacional, los gritos de los negroafricanos son clamorosos (ELA, J. M., El grito del hombre africano. Cuestiones dirigidas a los cristianos y a las iglesias de África, Verbo Divino 1998). Los sacerdotes ya se han hecho muchos interrogantes (AA. VV., Des prêtres noirs s’interrogent
, Cerf, 1957) y no saben si el continente va a desaparecer pronto (KÄ MANA, L’afrique va-t-elle mourir?, Karthala 1993), o si es Dios quien se ha ido a morir en África (MOTOGO, Dieu peut –t-il mourir en Afrique?, Karthala 1997). Estas reflexiones de varios autores africanos o extranjeros reflejan el callejón sin salidas en el que ha entrado África: por eso los interrogantes se hacen cada vez más dramáticos. Da la sensación de que al final de cada reflexión acerca de África es necesario hacerse una pregunta: África, ¿por qué? (libro publicado por González Calvo en Mundo Negro, Madrid 2003).

Raro es el país africano sin tensiones religiosas, sociales, políticas o étnicas. Casi en todas las naciones hay una miseria espantosa, una mala administración de los recursos naturales, una inestabilidad política y una desorientación social. El resultado es evidente: golpes de estados, guerras, violaciones de los derechos humanos, miseria y desesperación de los campesinos. En un mundo controlado por las naciones ricas y poderosas, África se ha convertido prácticamente en un apéndice sin importancia, a menudo olvidado y descuidado por todos. De ahí que muchos sentencien que África es un continente en “verdadera ebullición”. Buena parte de los casi 861 millones de africanos tienen problemas para sobrevivir en un continente que, paradójicamente, todavía goza de ciertos recursos naturales. Aunque la casi totalidad de los países africanos tienen una población muy joven, para muchos sobrevivir es un desafío diario.

2. Rwanda: ejemplo de los conflictos fratricidas que abundan en África
Hay quienes afirman que las rivalidades entre hutu y tutsi rwandeses están en el origen de más de un millón de muertos entre 1990, cuando el Frente Patriótico Rwandés (FPR) inicia sus ataques desde Uganda, y 1994, cuando el mismo Frente proclama su victoria sobre las Fuerzas Armadas Rwandesas (FAR). Otros mantienen que el verdadero motivo de la guerra civil rwandesa se esconde en las intenciones franco-norteamericanas para reorganizar sus influencias en la Zona de los Grandes Lagos. Tanto unos como otros reconocen, al final, que hay una fuerza misteriosa que va conduciendo a los dirigentes rwandeses hacia la destrucción de su pueblo. Por supuesto, contando con la complicidad de la comunidad internacional. Sino, ¿cómo explicar que en un pequeño país de 26.326 kms cuadrados, con siete millones de habitantes, fuera posible la matanza de casi un millón de personas en tan sólo tres meses, después de que previamente se retiraran, sin aviso ni explicaciones a nadie, los Cascos Azules de las Naciones Unidas? ¿Será fruto de la política del “laissez-faire” de las potencias militares occidentales en connivencia con la ONU? Si bien esta hipótesis puede provocar, a primera vista, indignación, más irritación debería provocar la hipótesis que apuntara la posibilidad de una mala estrategia, un análisis erróneo de la situación por parte de Occidente y de la ONU, con sus servicios militares y diplomáticos muy activos en Rwanda desde los comienzos del conflicto en octubre de 1990. Que el ex-rebelde Paul Kagame buscaba el poder lo confirma sus 12 años al frente del gobierno, sus riquezas y sus estrategias de resucitar los fantasmas de los interahamwe (la milicia extremista de mayoría hutu) y franceses cuando el pueblo oprimido empieza a preguntar por sus promesas no cumplidas. Que el general Kagame fue apoyado por los norteamericanos lo confirman sus estudios militares en Fort Leavenworth, precipitadamente abandonados para dirigir los ataques militares después del asesinato de su jefe, Fred Rwigema. Pero la sola sed del poder del presidente Kagame (incluso de algunos tutsi o hutu extremistas) no es razón suficiente para explicar los orígenes del conflicto rwandés. Tal vez en las lágrimas de cocodrilos de algunos norteamericanos, escenificadas en las lágrimas del entonces presidente Bill Clinton entonando la mea culpa norteamericana ante las calaveras en el aeropuerto de Grégoire Kayibanda de Kanombe (Kigali) pueden explicar las verdaderas claves del doble genocidio rwandés. Y no menos explicativas son, evidentemente, las intenciones de los franceses con François Mitterand a la cabeza, planificando la Opération turquoise bajo el paraguas de una misión humanitaria. Sea como fuere, y como en casi todos los conflictos, los verdaderos cerebros de este tipo de operaciones no tienen rostro: por eso hacen y deshacen sin escrúpulos. Porque al fin y al cabo, si las cosas salen mal los responsables serán sus marionetas. Y si las cosas salen bien, sus mismas marionetas tendrán su parte en la repartición de la tarta, aunque sea una tarta que lleva como ingrediente principal la sangre de los campesinos, eso sí, campesinos que intencionadamente los medios de comunicación (mano imprescindible en la gestión de la trama) ponen rostros, incluso nombres concretos. Así termina el gran juicio en la conciencia de muchos ciudadanos de los países occidentales: la miseria tiene rostro, sus causantes no. Puesto que no hay nadie a quien exigir responsabilidad, lo único factible es una limosna para que esos pobres niños dejen de llorar delante de las cámaras de televisión. Así, el premio a su generosidad serán unas vacaciones bien merecidas y bien financiadas en las playas de algún lugar del planeta.

3. Rwanda: rivalidades históricas entre hutu y tutsi
En Rwanda conviven, desde hace siglos, tres etnias: twa, hutu y tutsi. Los twa fueron los primeros en llegar a las montañas rwandesas, probablemente en procedencia de la selva congoleña. Vivían de la caza y de la recolecta de frutas en la selva. Los hutu llegaron en el siglo VI en procedencia del África occidental, viviendo esencialmente de la agricultura. En el siglo XVI llegaron los tutsi que, con su fuerza militar y mentalidad mítica lograron adueñarse de las propiedades de los twa y los hutu, convirtiéndoles en sus siervos. Procedían de la zona del río Nilo, en África oriental.

Durante toda la época precolonial, el dominio de los tutsi sobre los hutu y los twa fue real y total. Mientras el señor tutsi tenía derecho sobre la vida de su vasallo hutu, incluidos todos sus descendientes, éste ni siquiera tenía derecho a la “separación legal” sin consecuencias mortales. Sólo el señor podía proponer la “separación legal” como premio al buen comportamiento del hutu.

En 1885, de acuerdo con las conclusiones de la Conferencia de Berlín, Rwanda y Burundi fueron unificados en el territorio llamado “Ruanda-Urundi” y confiados al protectorado alemán, dejando intacta, en principio, el sistema feudal que funcionaba tanto en Burundi como en Rwanda. Por primera vez los hutu y los twa descubren que por encima de los tutsi hay alguien más noble: “el hombre blanco”. De esta forma, la pretendida superioridad de los blancos sobre los negros sirvió para relativizar la asumida superioridad de los tutsi sobre los hutu y twa.

En los años cincuenta, la corriente independentista recorrió muchos pueblos africanos que empezaron a cuestionar la legalidad de la tutela de los países occidentales. En Rwanda, además del deseo de librarse del colonialismo, los intelectuales hutu querían erradicar completamente el sistema monárquico que había sido protegido por alemanes y belgas.

Todas las elecciones democráticas que se celebraron entre 1952 y 1956, las ganaron los tutsi. Pero con la supresión del sistema feudal en 1954, los hutu empezaron a ocupar, por mayoría, todas las instituciones políticas. Como era de esperar, una oposición violenta entre los tutsi (clase aristocrática dominante) y los hutu (clase mayoritaria oprimida) no tardó en generar víctimas mortales. La sociedad rwandesa evolucionaba hacia una guerra civil, bajo la expectación de los belgas y de la comunidad internacional.

El uno de julio de 1962, el pueblo rwandés se independizó de Bélgica y reafirmó su opción por una república. Pero algunos tutsi radicales estaban en contra de los cambios. Lejos de acatar la voluntad del pueblo, intentaron recuperar la corona real (ingoma) que sus antepasados habían conservado con la espada durante más de cuatro siglos. Los tutsi exiliados siguieron organizando ataques desde países limítrofes, sobre todo en enero de 1964 en Bugesera y en noviembre de 1964 en Nshiri. Todos estos ataques despertaban muchos recelos entre los hutu y provocaban violentas represalias contra los tutsi del interior.

Entretanto, la joven republica seguía afianzándose en la sociedad. El presidente Grégoire Kayibanda fue reelegido en 1965 y en 1969. Pero en este mismo año, temiendo la desestabilización del país por parte de la rebelión tutsi que se estaba haciendo fuerte desde el Sur, optó por suprimir el sistema multipartidista y declaró a PARMEHUTU como partido único. A medida que el descontento del pueblo aumentaba, la caza al indeseable se hacía notar. La mala gestión social cada vez más contestada por los rwandeses acabó en un golpe de estado por parte del ejército encabezado por Juvénal Habyarimana el 5 de julio de 1973.

El presidente Juvénal Habyarimana tenía la intención de integrar todos los rwandeses, hutu, tutsi y twa en una sociedad igualitaria. Pero en vez de restaurar el sistema multipartidista, erróneamente optó por un partido único en 1975, el MRND (Movimiento Revolucionario Nacional para el Desarrollo). Tras su elección el 24 de diciembre de 1978, Habyarimana legitimó el sistema democrático de partido único a través de una nueva Constitución aprobada por referéndum el 19 de diciembre de 1978.

Pero a medida que pasaba el tiempo su administración iba degenerando en corrupción y el descontento popular empezaba a traspasar las fronteras rwandesas. Y esta situación coincidió con un nuevo impulso por parte de los países occidentales para reorganizar sus políticas en todo el continente africano. Presionado por su amigo francés François Mitterrand, Habyarimana creó una Comisión Nacional de Síntesis para revisar la Constitución rwandesa y hacerla compatible con la nueva situación democrático-social. Pero la restauración de un régimen democrático no pudo llevarse acabo porque el 1 de octubre de 1990 empezó la invasión del país por parte del Frente Patriótico Rwandés que terminó con la muerte del Presidente Habyarimana y más de un millón de sus compatriotas.

4. La guerra civil rwandesa: 1990-1994
Respecto a la guerra civil rwandesa, cuatro preguntas siguen sin responderse. La primera pregunta es cómo calificamos los acontecimientos que vivió el pueblo rwandés, entres 1990 y 1994. Parece que la comunidad internacional prefiere agrupar todos estos hechos bajo el nombre de genocidio, convencida de que la guerra iba dirigida exclusivamente hacia el exterminio de la etnia tutsi.

La segunda pregunta es el número aproximado de quienes murieron en la guerra, desde sus inicios en octubre 1990, tanto militares como civiles. Si partimos de la hipótesis de que esta guerra es un genocidio, hablamos de más de 800.000 muertos, tutsi y hutu moderados sin aclarar cuántos tutsi muertos y cuántos hutu muertos, y sobre todo sin tener en cuenta que también murieron los hutu radicales, los militares de las FAR y los combatientes del FPR. Esto quiere decir que el número de tutsi, de hutu y de mestizos que murieron en la guerra sigue sin aclararse. No obstante, bastaría con un censo medianamente bien hecho para aclarar esta cuestión. Pero lo más rentable, políticamente hablando, es de hablar de más de 800.000 muertos entre tutsi y hutu moderados, dando por hecho que ningún twa murió en la guerra.

La tercera pregunta es sobre quiénes financiaron la guerra de Rwanda. Generalmente se suele hablar del apoyo logístico que los franceses brindaron al régimen de Habyarimana y el apoyo ugando-norteamericano hacia la guerrilla de Kagame. Ahora bien, ¿qué intereses tenían estos países apoyando a los dos bandos?

La cuarta pregunta es sobre los autores del atentado contra el avión de los presidentes Juvénal Habyarimana (Rwanda) y Cyprien Ntaryamira (Burundi). Varias hipótesis circulan entre los investigadores de los acontecimientos de los Grandes Lagos, siendo las más importantes, la hipótesis de los militares tutsi burundeses, la hipótesis de los radicales hutu del Norte, la hipótesis del golpe de estado dirigida por la primera ministra Agathe Uwilingiyimana y los militares del Sur y la hipótesis de un comando del Frente Patriótico Rwandés.

5. El “genocidio” rwandés
En la segunda quincena del mes de abril de 1994, las distintas personalidades de la comunidad internacional empezaron a utilizar el término “genocidio” para calificar el conflicto fratricida rwandés. En su audiencia general en el Vaticano el 27 de abril de 1994, el Papa Juan Pablo II instó a quienes tuvieran responsabilidad en la guerra de Rwanda a buscar una forma de parar el “genocidio”. Más tarde, en una entrevista televisada el 4 de mayo, Buttros Buttros Ghali (secretario general de la ONU) se sirvió del mismo término para referirse a las matanzas que los grupos radicales estaban llevando a cabo contra la población civil. También el primer ministro francés (Alain Juppé) retomó el término “genocidio” para calificar la catástrofe rwandesa el 15 de mayo de 1994 al término de una reunión del Consejo de Ministros de la Unión Europea. Mientras tanto, los Estados Unidos de América seguían oponiéndose a la utilización de este término para hablar del conflicto rwandés.

Según el Informe de las Naciones Unidas sobre el genocidio rwandés, 800.000 personas murieron a consecuencia del conflicto rwandés. Las víctimas del genocidio serían los tutsi y hutu moderados. Ésta es la tesis mediática, oficialmente aceptada por la comunidad internacional. Sin embargo otras fuentes ofrecen cifras diferentes. Recordemos solamente dos fuentes. La periodista Colette Braeckman, investigadora sobre la guerra de Rwanda, habla de un millón de muertos en cien días. James Gasana, ex-ministro en el gobierno de Habyarimana exiliado en Suiza desde 1993, habla de tres millones de muertos. Corrobora su estimación el informe del Ministerio del Interior del gobierno rwandés, División del censo de la población en diciembre de 1994, que estima que el número de víctimas, desde el comienzo de la guerra en 1990 hasta diciembre de 1994 era de dos millones de muertos.

En los meses siguientes a la victoria del Frente, nadie se atrevía a plantear preguntas sobre el genocidio en Rwanda. Sólo se hablaba del genocidio de los tutsi en manos de los hutu, como si ninguno de los hutu hubiera sido asesinado por los tutsi durante la guerra (recordemos que los miembros del Frente son mayoritariamente tutsi y que han sido imputados por tribunales franceses y españoles). Al principio se habló de un millón y medio de tutsi asesinados por la milicia interahamwe. Y cuando era más que evidente que eso era matemáticamente imposible (no había tantos tutsi en Rwanda en 1994), se rebajo la cifra a un millón. Aún así las cifras no encajan. Suponiendo que hubiese un millón de tutsi, ninguno habría sobrevivido y todos los que están ahora en Rwanda serían antiguos exiliados. Como la realidad de las colinas rwandesas desmentía esta teoría, una nueva clase de la población fue inventada y señalada como víctima de los hutu radicales: “los hutu moderados”. Por supuesto que en “los hutu moderados” no se incluyen los que murieron en manos del Frente o de tutsi armados como los 4.000 desplazados de Kibeho.

6. La reconstrucción de la sociedad rwandesa
Tras el trauma socio-económico de 1994, el gobierno del Frente Patriótico Rwandés se apresuró, acertadamente, a demostrar a la comunidad internacional que su programa de reconciliación empezaba por poner en puestos claves algunos miembros de la etnia vencida. Encargó a Pasteur Bizimungu la Jefatura del Estado, a Faustin Twagiramungu le fue regalado el puesto de Primer ministro, y el General Paul Kagame, el auténtico vencedor de la guerra, se reservó la vicepresidencia y el ministerio de la defensa. Con estas medidas inteligentes, el Frente demostró que no daba por muertos los acuerdos de paz de Arusha. Aunque su letra ya no tenía sentido, el fondo le fue útil para afrontar las primeras medidas gubernamentales en un país traumatizado por la muerte, económicamente hundido en la inoperancia. Los hutu que no habían salido del país vieron en Bizimungu y en Twagiramungu el apoyo en su humillación, la esperanza de que no todo estaba perdido. La comunidad internacional valoró positivamente la generosidad de Kagame que, en lugar de dinamitar la etnia hutu, le confió las instituciones básicas de cualquier estado de derecho. Ante tanta generosidad de los vencedores, nadie se atrevió a acusarle de asesino o de divisionista. Como no había críticas de la comunidad internacional, el ejército de Kagame hizo y deshizo todo lo que quiso, montó su propia administración, reconstruyó los hechos según sus intereses, prometió cielos y tierras nuevos para el pueblo oprimido y trazó las nuevas medidas de un rwandés digno de ese nombre: un rwandés moderno y moderado, sin etnia, sin sed de venganza, dispuesto a sacrificar su vida para que ningún inocente muera en manos de los hutu descorazonados, y sobre todo, dispuesto a confiar plenamente en la nueva administración. Pero ese rwandés construido a imagen y semejanza de los tutsi vencedores no acaba de vislumbrar su futuro: se enfrenta al hambre casi en solitario, contempla cómo se va realizando el sueño de los vencedores (muchas riquezas, abundancia de lujo en la capital, humillación de los vencidos, y etc.) y no le queda más remedio que coger el camino del exilio o sucumbir ante el hambre, las enfermedades como malaria o sida.

El gobierno de Kagame eliminó, con la bendición internacional, el registro de la etnia en los carnés de identidad, pero sobre el terreno dividió en dos a los hutu: los genocidas que son mayoritarios (interahamwe) y los moderados. Éstos últimos aceptaron su clase baja dentro de la sociedad rwandesa, que por otra parte, nunca debieron rechazar en los años 1950. Los tutsi, los únicos que tenían motivos para recordar, fueron apoyados por el gobierno actual. Así nacieron muchas asociaciones para recordar como Ibuka (acuérdate) y se organizan anualmente actos conmemorativos de la liberación del pueblo oprimido.

7. Conclusión
El futuro del pueblo rwandés está ligado, desgraciadamente, al conflicto bélico de 1990-1994. La memoria de unos no acaba de librarse de la tremenda brutalidad que los guerrilleros del Frente emplearon contra ellos desde octubre de 1990; las heridas de otros no logran curarse, a pesar de la satisfacción de haber llegado al sillón presidencial. Es que la historia no se equivoca: tanto los que pierden la guerra como los que la ganan, en el fondo, todos dejan muertos por el camino porque no hay victoria sin víctimas. El gobierno de Kagame se enfrenta al juicio de más de un millón de hutu acusados de haber participado en las matanzas contra los tutsi. Más de quince años después de su victoria sigue sin encontrar la forma de condenar duramente a los posibles culpables sin que la comunidad internacional se escandalice y le inste a trabajar por la reconciliación antes que por una justicia vengativa.

Cuando los dirigentes del Frente iniciaron su lucha armada el primero de octubre de 1990 prometían cambios importantes una vez al poder: un gobierno democrático, garantía de libertades fundamentales y derechos constitucionales. En los primeros años achacaban sus fracasos a los ataques de los interahamwe desde Congo. Pero actualmente la sombra de los interahamwe ha desaparecido. Aún así, la inseguridad sigue vigente, el odio y la venganza crecen día tras día y son, cada vez más, quienes creen que de seguir así las cosas se puede correr riesgo de repetir la dolorosa experiencia de la guerra civil. Los tribunales tradicionales, Gacaca, sólo juzgan a la etnia de los hutu que lleva el estigma del genocidio, como si sólo los miembros de su etnia cometieron asesinatos. Se ha reescrito una nueva historia según la cual los hutu quisieron eliminar completamente la etnia tutsi, y si algunos de éstos últimos mataron a los hutu no fueron movidos por el odio ancestral sino por la venganza y la autodefensa.

Oficialmente no existen etnias en Rwanda. Pero los discursos de las autoridades no dejan de nombrar a los hutu asesinos con la intención de querer transmitir que en Rwanda hay dos etnias: los rwandeses y los hutu genocidas (unos malditos que si tienen sitio en el país no es por su propio mérito sino por la inmensa generosidad de los tutsi vencedores).

La humillación de los hutu, su exclusión lenta pero efectiva de los centros de decisiones (el antiguo presidente hutu, Bizimungu, fue obligado a dimitir, juzgado y condenado a prisión. Hace poco le llegó el indulto presidencial y ha tenido que fijar su residencia en el extranjero. En cuanto a Twagiramungu, antiguo primer ministro hutu, él lleva muchos años exiliado en Bélgica), su estigmatización como genocidas o colaboradores y cómplices de los asesinos en el mejor de los casos, simples espectadores del mal que proviene de sus hermanos, son en práctica, la nueva clase de los vencidos y excluidos del cenáculo socio-económico. No se sabe el número de refugiados hutu y tutsi amenazados por Kagame que viven en Congo, en Tanzania, en Burundi, en Centro África, en Camerún, en Bélgica, en Francia, en Estados Unidos y en Canadá. A ciencia cierta no se sabe si estos exiliados, muchos de ellos agrupados en asociaciones que preconizan el retorno a su país natal, llegará un momento en que tomen las armas. Y sobre todo, no se sabe si la próxima guerra civil rwandesa (si las cosas no cambian) no será más cruel que ésta de los años noventa. ¡Ojalá la situación socio-política rwandesa cambie sin tener que apoyarse en la sangre de los inocentes!


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